La lucha contra el VIH ha sido uno de los mayores logros de la medicina moderna. Lo que antes era un diagnóstico devastador, hoy puede manejarse como una condición crónica con tratamiento adecuado. Además, herramientas preventivas como la PrEP han demostrado ser altamente efectivas para reducir nuevas infecciones. Sin embargo, hay una pregunta que sigue rondando entre quienes trabajamos en salud o convivimos de cerca con el tema: ¿por qué aún no hay una cura definitiva?
Una frase que escuché recientemente resume muy bien el punto de partida para esta reflexión:
No hay pruebas públicas sólidas de que una cura completa esté disponible y oculta, pero sí hay incentivos claros para no priorizarla.
Un sistema que funciona bien para muchos
Hoy día, el sistema que sostiene la prevención y tratamiento del VIH también sostiene a muchas instituciones. Los programas 340B en EE.UU. permiten que clínicas generen ingresos a través de descuentos en medicamentos. Las farmacéuticas obtienen ingresos constantes con tratamientos diarios o mensuales. Y tanto el sector salud como el comunitario han estructurado gran parte de su operación en torno a una condición que, si bien controlable, requiere seguimiento de por vida.
La pregunta es: ¿qué pasaría si apareciera una cura definitiva?
Una cura lo cambiaría todo
Una cura no solo mejoraría la vida de millones de personas. También transformaría por completo el modelo de atención actual. Servicios especializados perderían parte de su razón de ser. Fondos se redistribuirían. Empleos vinculados a la gestión de una condición crónica podrían desaparecer. Y el mercado de medicamentos antirretrovirales podría contraerse drásticamente.
No es que haya una conspiración, pero sí hay una realidad económica que muchas veces define hacia dónde se orientan los esfuerzos de investigación y desarrollo.
Lo que sí podemos hacer
Como sociedad, como profesionales de salud y como comunidad, hay acciones que podemos impulsar:
Promover el financiamiento de investigaciones orientadas a la curación.
Exigir transparencia en las prioridades de la industria y las agencias públicas.
Apoyar la ciencia independiente y la colaboración internacional.
Mantener vivo el debate sobre los objetivos finales en la lucha contra el VIH.
No se trata de restar valor a los logros alcanzados ni de desconocer la importancia de la PrEP o el tratamiento antirretroviral. Se trata de preguntarnos si, en medio de tanto avance, también estamos caminando con determinación hacia el fin de la epidemia, o si nos hemos acomodado a una versión controlada del problema.
Porque aunque gestionar el VIH es posible, eliminarlo debe seguir siendo la meta.